En nombre de la evidencia
Pueblo Chico es uno de esos sitios colmado por la vulgaridad de paisanos aburridos sin otra destreza que no sea el chisme.Pueblo donde por la tarde se duerme la siesta al amparo de un sol despierto que calcina las piedras,y que al anochecer,se alza en habladurías refrescantes que dan comidilla de la buena,a la parte de la sociedad que no ha cometido el error de dejar sus trampas y pecados al descubierto.
En medio de ese paisaje que condice con el refrán "Pueblo chico infierno grande",la historia de Renzo Torales dio mucho que hablar por mucho tiempo,y enseñó a no pocos para que aprendieran a callar la boca ante ciertos asuntos privados que podían acabar del mismo modo,bajo titulares en las páginas amarillistas del periódico local,pero también en las consciencias.
Si bien Renzo sabía que su matrimonio se había derrumbado hacía un tiempo importante,prefería achacarle el fracaso a la rutina sentimental que provenía de la desidia de aquel pueblo perdido en los mapas,y que para su desgracia lo había visto nacer...Pueblo que sin embargo mediante indirectas bastante directas y crueles,le gritaba que existía un tercero en discordia,uno que no era otro ,que su mejor amigo de infancia...Si,las malas lenguas parecían estar confederadas para trascender con nombre y apellido al culpable del quebrantamiento matrimonial de Renzo.Ese que se llamaba Jacinto Brena,y era bien conocido por trabajar con honestidad en la carnicería que había fundado su padre cincuenta años atrás,y de la cual,junto con Jacinta su hermana melliza,iban administrando en prosperidad creciente..
Las mismas malas lenguas sin embargo,también cargaban toda su rabia contra JuanaTorales...O mejor dicho "de Torales",porque el apellido de soltera era un misterio absoluto que ella no estaba dispuesta a develar ,ya que al no ser nativa del pueblo ,a la hora de anunciarse con el apellido de su esposo, lograba sentir un aire de poder y superioridad sobre quienes aún después de varios años de convivencia pueblerina, la apodaban como" La Gringa".
Pero aquella última tarde de calor y humedad que discurría entre viento y polvareda,Renzo escuchó al cruzar una calleja cualquiera,que le gritaron esa palabra tan temida en su machismo de varón todopoderoso,esa que no era otra que la de "cornudo".Y fue la gota que por fin le rebalsó el límite de la paciencia,escupiéndole la cara con el gargajo más grande y caliente.Y por ello en ese momento decidió no seguir trabajando .Prefería ir a su casa por lo que le restaba del día ,y así tal vez poder encarar a su esposa.
Tomando un atajo para regresar cuanto antes y hablar con ella ,al llegar descubrió que ésta estaba en trámite de partir.
Algo turbada en el regreso inesperado,revisó el interior de la cartera,y con seguridad le dijo:
_Voy por unas chuletas a lo de Jacinto,y si me demoro no te preocupes,pasaré también por la manicura._
Renzo,ensimismado en el encare tan despojado y de apariencia sincera,apenas torció la cara cuando ésta le fue a besar la mejilla,y al bajar la mirada hasta el piso,observó los tacones nuevos que se ponían en punta para ganar altura en la acción del cuerpo.
Al quedarse solo en el caserón que aún rezumaba el último perfume que él le había regalado,un torbellino de ideas le hicieron trabajar la mente a destajo,mientras el espejismo de Juana y Jacinto le hacía ver las mismas cosas que antes habían hecho ellos mismos en la cama que ahora apenas representaba un simple dormidero...Y los veía en la certeza de su pensamiento perturbado,con los pechos hinchados en el jadeo del quiero más...Donde retorcidos de placer hacían el mismo juego que a ellos los enloquecía...Ese que no era otro que el de la batallada carnal en busca de la ostra de nácar y el pececillo dorado,esa guerra caliente donde las trincheras se afianzaban al reparo de entrepiernas,y el máximo galardón era la mordida desesperada de la ostra o el pez para que exprimieran las babas del diablo, como humor blanquecino chorreando por las comisuras...
Mas de pronto se detuvo en el masoquismo inútil que le iba comiendo la respiración,y comprendió lo desgraciado que era.En el pobre tipo que se había convertido...Y recordó las antiguas palabras de sus padres,a esos que le habían sugerido por mucho que reparara en Jacinta adolescente,en Jacinta sumisa,en Jacinta bondadosa...en esa chica que parecía mirarlo con ojos de enamorada;esa con la cual formar una familia con hijos y todas las dichas que el matrimonio implicaba en aquellos tiempos de desconocimiento y ganas...Esa Jacinta que quizá le hubiera cambiado el destino si Juana no se hubiera cruzado en su ruta...Esa que ahora quedaba sin posibilidad de nada por el mero hecho de estar en lo que asumía como el bando contrario.Y mientras la sangre le bullía in crescendo,la drástica decisión cobró fuerza.
Casi sin aliento,no por la prisa sino por la tensión,Renzo ya estaba en la esquina de la tienda de carnes "Los Jacintos",esperando que alguien llegara a comprar y su traidor amigo saliera desde la vivienda del fondo para abrir las puertas del local.No pasó mucho,y un señora entrada en años le sirvió de cebo para el desprolijo asalto a la verdad que necesitaba su razón dolida.
Al verlo entrar,el rostro de Jacinto se tornó rígido e inexpresivo como esos de las estatuas en los paseos públicos,y las manos le comenzaron a temblar sobre la picadora de carne, cuan taladros neumáticos perforando el asfalto.Entre tanto,Renzo,revoloteaba la mirada hacia todos lo ángulos,buscando evidencia de su esposa,y al llevar la vista hasta el vano de la puerta que dirigía al corredor de la trastienda,descubrió abandonados al desorden,los tacones nuevos que rato antes habían lucido los pies de su Juana.
Cuando el hombre acabó de otorgar el vuelto a la clienta,Renzo lo interpeló en tono muy bajo,como cuando estaba verdaderamente enojado,mientras con desdén le hizo notar que allí había justificativo de sobra.
_Anda cabrón,dile a mi mujer que salga del escondrijo,que debemos hablar los tres a calzón quitado._
El otro,sorprendido en extremo,primero negó con la cabeza,y luego agrego con un hilillo de voz que partió de los labios casi inmóviles:
_Hoy no ha venido._
Renzo,dando la vuelta tras el mostrador,se paró cuerpo a cuerpo con Jacinto,y con firmeza le dijo al oido:
En el nombre de la evidencia que se ofrece tras la puerta aquella...Dile que venga que tenemos que hablar seriamente...Largo y tendido._
El asustado carnicero,ya no el antiguo amigo,a gata alcanzó a balbucear:
_Yo lo puedo explicar..._
Pero la frase quedó inconclusa.La mano de Renzo fue mas rápida que las palabras al coger la cuchilla del mostrador para dejarla hincada en el medio del pecho de Jacinto.Sin gesto de remordimiento,lo observó caer sobre la rejilla de madera,envuelto en la lánguida expresión de la muerte que se escurría a borbotones hasta el suelo.
Sin inmutarse,levantó los tacones dispersos por las tiras,y sin volver la cara,caminó despacio por el zaguán que desembocaba en el amplio distribuidor amueblado muy artistícamente en sillones de mimbre y maceteros con flores de papel.
Todo el ambiente próximo se mantenía en orden y silencio,hasta que desde el baño se oyó la descarga del depósito y una el conocido carraspeo de la infiel.Renzo sigiloso pero sacado en el buen ánimo,se paró a un lado de la puerta de vidrios y cortinillas para no ser visto,y esperó con los zapatos aún en las manos en intención de obligarla para que brinde razones...Mas nada de ello ocurrió.Ella seguía dentro,quizá a sabiendas de lo ocurrido fuera.
Así que entonces que con mucha cautela,entreabrió la puerta para espiar sin ser visto.Se agachó casi en ridículas cuclillas y alargó la vista hacia el interior.
De pronto sintió que nuevamente la parálisis lo invadía mientras la asfixia le cerraba la garganta.
Ella estaba allí,metida en un baño de espuma,con una copa de champaña por la mano,en un jadeo de ojos cerrados y de piernas abiertas en lo alto, con los pies apoyados sobre el borde superior de la tina,mientras Jacinta en un buceo desenfrenado iba en busca de la ostra de nácar para sorber las babas de la diabla.
Algún día el ser humano será capaz de aceptar que los demás seres humanos no les pertenecen y que si no obran como esperan pueden retirarse de su lado, sin tragedias. Esos crimenes pasionales nos hablan del amor enfermo, de la represión sexual, de nuevo la infidelidad como justificación a todo. Y qué es la infidelidad sino deseo de placeres nuevos. Hay algo más humano que ansiar placeres nuevos cuando los viejos se han tornado monótonos.
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