ABRIL
Me dijo que cuando fuese mayor y tuviese una hija la llamaría Abril. Yo le dije que también mi primera hija se llamaría Abril.
Por ahora abril solo era ese mes infectado de vida que alargaba los días y que hacía que el sol se posara sobre la piel, con un picor nuevo, que anunciaba el verano.
Al mediodia ya gustaba quitarse los sacos de lana y los leotardos y sentir la brisa nueva sobre la leve tela de las vestidos y sobre la piel desnuda de las piernas.
Teníamos los cabellos muy largos y los liberábamos también de los lazos y de las gomas y así sueltos parecían crines de caballos cuando corríamos por aquel prado de los almendros. Todos en flor.
Aquella primavera trajo algo nuevo. Además del plan de llamar a nuestras primeras hijas Abril, descubrimos,al desprendernos de los abrigos, bajo las blusas, la vida latiendo y pidiendo espacio.
Ya no eramos niñas de pechos planos. Jugosos frutos despertaban a la vida, reclamando juegos nuevos-, y entre nuestras piernas un pequeño jardín comenzaba a dar deliciosos frutos, a latir y a ansiar misterios.
Corrimos por el prado donde las flores se abrían inmisericordes como llagas -rojas, lilas, blancas, amarillas- sobre la alfombra de hierba. Encabritábamos las melenas al viento, nos entregábamos golosas a la caricia de la tela sobre la piel y así, sofocadas de perseguirnos, caimos bajo un almendro, de bruces, mirando el cielo que era un telón azul metálico. Un azul que se nos echaba encima y pesaba como una pluma.
De vez en cuando veíamos pasar unos pájaros, perezosos, sin voluntad de volar. Las ramas cubiertas de flores espumosas, que tenían tacto de crema, jugaban a las luces y las sombras sobre nuestras mejillas encencidas. Una gota dorada de resina resbalaba por la corteza dura del tronco.
Cerré los ojos y respiré el aire limpio, cargado de aromas, y escuché la vida, en el zumbido de las abejas, en el canto de los pájaros, en el murmullo de los insectos, y en tu respiración limpia.
Limpia primero, y luego turbia.
Con los ojos cerrados sentí tu dedo de nata dibujar mis labios, muy lentamente.
Y era como si los conociera de memoria, porque tú también tenías los párpados bajados, y sin embargo, en tu ceguera, no te salías de la línea exacta que guardaba la carne roja y pulposa.
Luego ese dedo tierno de niña curiosa, descendió por mi cuello, como un indolente reptil, lentamente, y se metió debajo de la blusa.
Una abeja se posó sobre la gota de cristal que chorreaba el tronco del arbol y comenzó a chupar de ella lentamente.
Tus dedos jugaban con mis senos recien salidos de la infancia, tus dedos recien salidos de la infancia, como los míos. Como toda aquella primavera nueva que anunciaba el próximo verano.
Tus dedos primero y luego tus labios, como dos pétalos buscaron la tibieza de mis pechos para saborearlos. No quería abrir los ojos. Era hermoso lo que se sentía y era bella la brisa y olían bien las flores de espuma del almendro.
Luego dijiste: Soy una niña con mucha hambre, debes darme de beber de tu pecho, mientras tu mano hurgaba golosa con codicia entre mis piernas.
Entonces salté sobre tí y aprendí haciendo. Te besé hasta ahogarme. Me respondías con tu lengua perversa e inocente. Mis senos buscaron tus senos, mi sexo el tuyo, en un juego infantil y misterioso que llenaba de hormigas el vientre y el corazón. En una extraña batalla de carne y de huesos, en una agitación nueva y furiosa cada parte del cuerpo reclamaba su placer nuevo.
Alguien nos vio.
Alguien nos dijo "ninãs cochinas" y como Adán y Eva, descubrimos el pecado y nos dió verguenza mirarnos a los ojos y nos cubrimos nuestra desnudez.
Después hicimos lo correcto, lo que el ángel de la espada de fuego ordenaba.
Crecimos, tuvimos hijas y ninguna de ellas se llamó Abril
Un placer leerte.
ResponderEliminarBeso